Llevo dos meses corriendo por el parque. Salgo tres, cuatro, e incluso alguna semana, cinco veces. Recorro los 1.456 metros en seis, siete o puede que diez vueltas.
Siempre de esta forma:
Arriba –Abajo; Abajo –Arriba.
Una y otra vez. Desde que comenzó el verano y descubrí que el calor era (ya no lo es tanto) mi peor enemigo, o en todo caso una amistad peligrosa, el parque es un aliado. Claro que es un aliado que te machaca el coco de lo lindo, pero un aliado al fin y al cabo. Tampoco se le puede pedir a una línea de 1456 metros que te emocione, o igual si, pero no en un parque de una ciudad de 100.000 habitantes. No se si me entendéis.
El Jueves me fui a Arcos a pasar unos días con la familia en una casita de campo la mar de cuca. Tenía todo lo que se le puede pedir a una casita de campo: árboles de frutas, olivos, vides, macetas por doquier con plantas de todo tipo, un porche fresco donde desayunar y comer, una pequeña piscina y, lo más importante, una montaña.
En eso me fijé nada más llegar. Una montaña. Alta, muy alta, con un camino de tierra casi en la misma puerta de la casita de campo. No pensaba salir a correr, pero me traje los zapatos y los calcetines, los pantalones cortos y el cinturón de hidratación. Nunca se sabe. Lo que quiero decir es que las vacaciones son para no hacer nada que implique movimiento físico de repetición que no sea el de beber y comer. A estos últimos les dedicamos todos nuestros esfuerzos. Podríamos llegar a ser olímpicos.
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Del arroz siempre me encargo yo. |
El mismo día que llegué, salí a la montaña. No iba preparada para correr de cara a la galería (marido, hijos, cuñados, suegros), me “escapé disimuladamente” Me puse un pantalón corto de algodón, una camiseta con dibujos de frutas y, eso si, las zapas y los calcetines anti –ampollas. Disfrazada de corderito que solo va a dar un paseo, salí a la montaña.
La montaña.
Libre. Es la única palabra que se me ocurre cada vez que pienso en la montaña. Del parque a la montaña. Cuestas. Subidas y bajadas. Tierra, zanjas, calor, pinos, altura. Sobre todo altura. Un poco más y más y más alto., más arriba. Arcos es una figurita de belén postrada a mis pies, un pueblo pequeño y blanco asentado a mis pies. Libre.
Y sigo subiendo con mi disfraz de paseante, siempre hacia arriba, sin que las pendientes infinitas me cuesten demasiado trabajo, y cuando lo hacen, recorto los pasos, levanto el pecho, miro hacia la cima… Arriba. Libre.
En San Fernando no hay montañas.
Y cuando el sol empieza a ponerse, de mala gana paro, diciéndole a la montaña que mañana volveré a por ella. Retrocedo sobre mis pasos con mucho cuidado de no equivocarme de camino, ligera, rápido como nunca en el parque ¿Por qué? Sin que haya sentido ninguna molestia en las piernas, exceptuando la sensación de unos cuádriceps que trabajan perfectamente para subir montañas. No hay sensaciones negativas ¡Quién puede sentirse mal corriendo en una montaña! Con una sonrisa de oreja a oreja, disfrutando de la bajada después del tributo de la subida. Por eso me gustan las cuestas, pero en San Fernando no hay cuestas como las de Arcos. Cuestas que te dicen “Eh, inténtalo a ver si puedes” y tú lo intentas, claro.


Y sigo dejándome llevar, corriendo mucho más rápido, viendo, por la sombra de mi cuerpo reflejado en el camino de tierra, gracias a un sol que se pone lentamente, como mis zancadas son mucho más amplias. Cambios de ritmo. Leí en el Runner´s World que las montañas son el sitio perfecto para los cambios de ritmo “naturales” sin crono, solo utilizando el propio camino para ello. Es verdad.
Todo muy bonito ¿Verdad?
Me perdí.
Afortunadamente, no en la montaña. En realidad me pasé de largo, dejé la casita de campo atrás y recorrí al menos 1km más por asfalto y muy rápido, creo que es la vez que más rápido he podido correr sin que sea haciendo mini –series y manteniendo el ritmo todo el tiempo ¿Serán los pocos fartlek que he hecho? ¿Los mini de 500 en el parque? ¿Será que sí?
La cuestión es que, gracias a mi suegra y su recomendación de que me llevase el móvil, llamé a los habitantes de la casita de campo para que viniesen a rescatarme porque no tenía ni idea de donde estaba. No sabia que en el campo el sol se esconde tan rápido. Del día a la noche en un visto y no visto. Sin avisar.
Y mi marido salió al camino raudo y veloz (con una cerveza en la mano) y entonces me di cuenta que no me había perdido, solo me había pasado de largo, y es que por la noche todo parece diferente.
-Te voy a poner el GPS del coche… O comprarte unas bengalas.
Y me río y el se ríe (en el fondo le encanta tener una friki mujer) y aprovecho para robarle el botellín de cerveza.
Lunes: Fitness. A tope.
Martes: 40´ por el parque con sensaciones buenísimas.
Miércoles: Fitness. Aumento el peso para hombros, mantengo las rojas (10 k) para espalda y siento que ya me van pequeñas. Lo mismo me ocurre con bíceps, o subo o me quedo igual. El resto para morirse.
Jueves: 52´ de subidas, subidas, subidas., bajadas, bajadas, bajadas.
Viernes: 1´15´´ Alcanzo la cima de la montaña. Me siento poderosa.
Sábado: Descanso (muy a mi pesar. Todo sea dicho)