Mi hermano Gonzalo y yo. El me esperó tomando cervecitas en el bar... |
V Carrera Nocturna Ciudad de dos Hermanas. Sevilla.
Preparativos previos.
Es curioso como, después de llevar cuatro carreras en los cinco meses desde que empecé a correr, la ilusión previa a la competición aún esta intacta. Los mismos nervios concentrados en el estómago, las mismas expectativas, las mismas ganas.
Esas horas previas en la que todo esta en aparente calma mientras siento una energía que crece dentro de mí y que es necesario canalizar de forma inteligente durante cualquier carrera por pequeña que sea.
Tras una ducha de agua fría y ponerme en todo el cuerpo crema nutritiva (ya sabéis, procurar no perder la humedad de la piel, algo absurdo si lo pienso hoy, después de la carrera) decido ponerme una de las camisetas de Fitness naranja fosforito marca Dicorpo, cuyo lema es Dicorpo Urban, mi ya habitual pantalón corto negro y las zapas, que están para el arrastre.
Obsérvese lo canijas que se me están quedando las piernas... Dos Hermanas. Toma de contacto con el cruel verano sevillano. |
A las 21:30 me encuentro con Santi y Marcos. Maribel, la mujer de Santi (simpatiquísima) me da el dorsal de Javier y los cuatro imperdibles que he olvidado en casa. Las manos me tiemblan tanto que casi no soy capaz de engancharlos. Buena señal.
Trotamos unos minutos antes del pistoletazo de salida y ya estoy sudando a mares. Un horror. Esto es la ola de calor africana.
Pistoletazo de salida.
Nos ponemos más o menos a la mitad de la línea de salida y cometo, por tanto, mi primer error de base, estoy fuera de mi lugar natural. Así de simple. Después lo pagaría caro, pero no adelantemos acontecimientos.
A todo esto, hay montones de corredores sin dorsal y el ambiente es muy festivo: música, hinchables para los niños, familiares, espectadores, bares que abren sus puertas y hacen su particular agosto: ¿El baño? Solo para clientes.
Mi hermano Gonzalo (que me acompaña esta vez) se queda en la terraza del bar con mi marido y la mujer de Santi, pero para ese momento he dejado de verlos, ya solo pienso en comenzar. Demasiadas ganas, demasiado ansiosa. Mala señal.
Cuando suena el pistoletazo de salida, procuro no olvidar esta vez apretar el botón del cronómetro y cruzamos la línea sin excesiva dificultad. En algunos momentos, las calles se estrechan y los corredores se aprietan produciéndose un embotellamiento que no dura mucho. Voy bien (apenas he recorrido 400m) y me sitúo junto a los compañeros con la intención ¡ilusa! de mantenerles el ritmo al menos durante unos kilómetros. Me permito el lujo de adelantar con demasiada, sospechosa facilidad. La gente se deja y esto es raro; la gente se deja porque son en su mayoría de Sevilla y saben lo que se cuece. En este caso la pringada soy yo.
Comienza la fiesta.
Hago el primer km en 5´y poco y en el segundo subo a 6´ Algo pasa. Antes de entrar en el tercer kilómetro y con apenas 18´ a cuestas, mi cuerpo deja de responder. De repente. Siento como el calor me invade de una forma que es completamente desconocida para mí. La cabeza me pesa, los oídos están entaponados y respirar cuesta trabajo; respirar es un esfuerzo extra. Solo llevo 3km y ahora estoy segura de que no voy a acabar esta carrera, de que no voy a llegar al kilómetro 4, de que no voy a poder correr siquiera 100m más. No puedo, pienso. No puedo, no puedo, no puedo, no puedo. Para, para, para, para… La negatividad es tan grande como el calor; la negatividad me supera y pesa siete veces más que yo. Me siento estúpida por estar allí corriendo a más de 35º, me siento estúpida por no querer reconocer que, esta vez, la he cagado pero bien.
El Km. 4 llega a los 25´ y no se ni como mis piernas aún me someten a la tortura de ¿correr? mientras mi cabeza lidia con un problema mucho mayor que el que supone, en este momento, poner un pie delante de otro.
Haciendo tratos con el diablo.
¿Se puede correr una carrera cuándo estás completamente convencido de que vas a parar de un momento a otro? Se puede. Ayer no lo sabía, pero hoy si. Lo intuía porque en mi primera carrera sufrí mucho pero no tanto como ayer. Lo de mi primera carrera fue agua de borrajas comparado con esto.
He pasado ya el primer puesto de avituallamiento. El agua que queda esta tan caliente que parece sopa y todos, incluidos los corredores sin dorsal (mam***s) han acabado con los botellines de agua fría. Bebo apenas dos sorbos y es imposible, empapo mis hombros, mi cabeza y cara con el agua-sopa y le doy mi botella a un corredor que esta junto a mí. Segundo error. En el segundo punto de avituallamiento de los tres que tiene el recorrido, ya no queda agua, así que no me queda más remedio que esperar. Total, si de todas maneras voy a parar, pienso.
¿Cuántas veces me dije a mí misma para? Decenas. Quizás más.
Me propongo un trato. En lugar de pensar en los 10km (para que, si en ese momento estoy convencida al 100% de que no voy a llegar) Me digo a mí misma que al menos debo alcanzar el km. 5 y de esa manera, hacer la mitad del recorrido, lo cual, teniendo en cuenta las circunstancias, tampoco esta del todo mal. Para ese momento mi ritmo sigue en 6´ con algo, pero se va haciendo más lento cada vez y no puedo hacer nada para evitar eso.
Ni que decir tiene que ya me han pasado todos y cada uno de los corredores que adelanté al principio y que han sabido, de forma mucho más inteligente que yo, dosificar y contener sus ganas, empezar a 7´ ó incluso menos y que ahora, a partir del Km. 5 y con el ambiente bastante más tolerable que al principio, se permiten el lujo de apretar. Yo ya no puedo hacer eso, hace mucho tiempo que perdí el fuel, sencillamente me arrastro con el piloto automático puesto mientras voy superando, poco a poco, pequeñas metas de 400m, metas asequibles, y siempre pensando que cada una de ellas es la última.
Llego al km. 5 en 31´ y pico. No puedo creer que haya llegado.
Estamos ahora fuera del casco urbano y escucho una vocecita que me llama: ¿Danae? Miro hacia mi derecha y veo a Manoli, una compañera del foro. Esta pequeña distracción, con parada incluida para dar dos besos, me hace olvidar por unos instantes el sufrimiento que llevo dentro y me permite avanzar un poco más de forma más o menos tolerable.
Necesito agua.
Por favor, necesito agua.
Alcanzo a un Señor Mayor y me coloco junto a él. Puedo seguir su ritmo y no me muevo de ahí.
Nos miramos y repite mis pensamientos en voz alta:
Necesito agua. Esto es inhumano, no se puede correr sin agua.
Yo contesto: Voy mal, muy mal, no voy a llegar… Mientras, levanto los hombros con la absoluta seguridad de quien no puede hacer nada para cambiar eso.
Son pensamientos de dos personas que no se conocen de nada, que sienten una extraña empatía y se consuelan mutuamente.
Señor Mayor me habla (si las casualidades del destino llevan al Señor Mayor hasta este blog, GRACIAS) me dice que baje el ritmo, pero ya no puedo bajar más el ritmo y eso que las temperaturas han bajado, simplemente bajar más implica caminar.
Vemos unos jardines que están siendo regados en ese preciso momento y Señor Mayor me dice que le siga, trotamos por el medio del césped, sin alterar el recorrido, sintiendo el frescor en la piel, la cara, mientras cientos de pequeñas gotas se adhieren a nosotros. Siento que me recupero, pero el km6 nunca llega, el km6 no existe, se lo han llevado, no lo han señalizado, no está. Tampoco importa mucho, la verdad.
Le pregunto a Señor Mayor la edad y me dice 65. Ex maratoniano.Y justo en ese momento, veo ante mí el puente con más pendiente que he visto en mi vida, igual no era tanta, pero os aseguro que esa pendiente era La pendiente mortal. Mi fin. Se acabo. El km 6 sigue sin aparecer.
No voy a poder…
Señor Mayor me mira y me dice que en cuanto llegue al puente pare. Que van a ser apenas 30 segundos caminando y que tras el puente continúe el trote. Le hago caso sin pensar. Ando esos segundos por un puente de barandas azules y en cuanto logro subir la pendiente, recupero el trote y al Señor Mayor, le doy las gracias por el consejo y permanezco a su lado.
Aparece el km 6 y seguimos sin agua. El km 6 existe y no se lo han llevado.
Trotamos ahora por tramos urbanos que se me antojan iguales todos, los mismos balcones, el mismo empedrado, las mismas señoras que aprovechan el fresco de la noche para sentarse en sus sillas.
De cuando en cuando, unas duchas apostadas de balcón a balcón, con agua fresca, nos sorprende gratamente y se convierten en armas de doble filo porque yo me quedaría de buena gana debajo de cualquiera de ellas.
El km 7 lo alcanzamos en la misma plaza de la que salimos. Señor Mayor se rinde. Simplemente se queda allí y se va con la familia. No mira al lado. Se va. Me entran unas ganas de llorar del copón y pienso que yo también podría quedarme allí y buscar la meta que esta en la otra plaza y que le den por saco a esta carrera de mierda y a Sevilla y a los sevillanos (perdón, perdón, perdón… No puede evitarlo)
La salida del Señor Mayor me deja totalmente desangelada, pero sigo. A veces pienso que mis piernas iban por una parte y mis comederos de cabeza por otro.
El km 8 aparece y ya sé, como en otras ocasiones, que voy a llegar si o si. Creo que voy la última porque hace tiempo que no veo a nadie ni delante ni detrás de mí.
La técnica de las pequeñas metas; la técnica de hacer tratos con el diablo se queda apartada de momento porque los dos kilómetros restantes son asequibles.
Ya he pasado la hora. Quería hacer sub´60 porque me sentía, tras la Carmona, capacitada para ello, pero ahora mismo me da igual todo, el ritmo, el tiempo, la marca., lo que quiero es llegar.
Debo ir tan mal, que una chica que pasea con su novio me mira entre asombrada y con gesto de susto., y alcanzo a escuchar: ¡Por dios! Contesto levantando los hombros otra vez y me río.
Voy mejor, es curioso. Es como si hubiese cruzado un nivel de sufrimiento, como si mi cuerpo empezase a tomar de nuevo las riendas del asunto.
Alguien me da un botellín de agua (gracias) y los niños de Dos Hermanas me animan durante los dos últimos kilómetros. A todos les contesto con un ¡Gracias! y una sonrisa.
¿Apretar ahora? Imposible. Como dije me quedé sin fuel en el km 5 lo que he hecho del 5 al 10 es simplemente sobrevivir.
El final.
La meta esta ahí, los aplausos, los ánimos, los ¡Venga, venga! de los corredores que hace siglos que llegaron me hacen sentir más fuerte, orgullosa, porque no me miran como si fuese la última, me miran como si fuese una más y lo hacen a los ojos (gracias)
¡Quedan 500m! ¡Aprieta! Y aprieto, y no se para que porque nada gano ya pero lo hago. Siento de nuevo esas ganas de llorar porque ni siquiera sé como lo he hecho. En serio. Creía que no sería capaz de llegar ni al cuatro y estoy aquí, en el diez. Ya se que solo se trata de un 10.000 pero creo, y no exagero, que no he experimentado un sufrimiento mayor en toda mi vida o al menos no lo recuerdo. Si existen márgenes de sufrimiento, ayer amplié el mío con creces.
Al cruzar la meta y parar el crono, el chico de la organización me pregunta si queda alguien más detrás de mi y yo lo miro con ojos de zombie y le digo que no tengo ni idea, me sonríe y me conmina a que vaya a recoger mi bolsa del corredor.
Bastante buena por cierto. Con trofeo incluido que ya reposa, en lugar preferente, en el mueble del salón. Adoro mi cutre trofeo.
Entraron tres personas más después de llegar yo. No adelante a nadie desde el km 3 y aprendí muchas cosas ayer:
Nunca, nunca, hay que subestimar la dureza de una carrera por muy fácil que pueda parecernos.
Correr en Sevilla es para súper dotados del running.
Si quieres perder dos kilos (es lo que he perdido de ayer a hoy y después de comer y beber) vete a correr a Sevilla.
Correr en Sevilla es una pesadilla.
El sufrimiento se estira como un chicle.
Las metas asequibles son siempre mejor que las metas enormes y podemos, batalla a batalla ganar la guerra al diablo.
He aprendido que soy mucho más fuerte de lo que creía.
Esta carrera marca un nuevo punto de inflexión.
A todo esto, 1h´9 minutos para 10.110 y a un ritmo de 6´54 es decir, de los cómodos en circunstancias normales.
pd: No me pidáis fotos del durante y final de meta. Simplemente me niego. Mi coquetería femenina (que la tengo aunque no lo parezca) me lo impide.