Después de descubrir que la masa
pastosa y dulce de los geles de glucosa me gustan un rato largo, he pensado
largo y tendido sobre ello. Es lo que tiene descansar cuando no se esta cansado y estás muerto del aburrimiento, que piensas.
El lunes me fui a pasear con mi
marido. Me tomé un helado de yogurt con sirope de frambuesa (ojo a este dato) y
por la noche vi a Bruce Lee vs. Chuck Norris en “El Furor del Dragón”. Adoro
a Bruce Lee, que lo sepáis., y la imagen de la espalda peluda de Chuck Norris
en la escena final, donde cae vencido por un grácil Lee que apenas apoya los
pies en el suelo mientras golpea al inexpresivo y hierático Chuck peludo (Lee
es el único chino del mundo que me resulta guapo) me persigue desde el lunes en
terribles pesadillas.
Volviendo a los sugus que me pierdo (no es la primera
vez que hago una entrada hablando de algo que nada tiene que ver con la idea
originaria) decía que en las horas dedicadas al relax y el asueto, me tomé otro
helado de yogurt, esta vez con lacasitos y por supuesto sirope de frambuesa
(ojo a este dato, repito) pensando que era una suerte que me gustasen los geles
porque parece que la mayoría de los corredores los detesta. Luego seguí pensando y me acordé del ostiazo que se pegó el Matraca contra un
puente, para más tarde darme cuenta que yo también tengo una cicatriz la mar de
cuca en la cabeza (más 5 cm) y fue por culpa del azúcar. Concretamente de los sugus. Extraña concatenación de
pensamientos.
En el año 86 (Me voy a poner en Modo Viejuna On) y con nueve años tenía
una tremenda adicción a los sugus. Y
si estos eran sugus de cereza
(envoltorio rojo) o de frambuesa (envoltorio fucsia) me volvía directamente
loca. Curiosamente, estos dos tipos de sugus
escaseaban, se perdían rápidamente, todos los niños se abalanzaban sobre ellos…
¡Preciados sugus de cereza y
frambuesa!
Cerca de mi casa había un quiosco
cuyo dueño, un anciano cascarrabias que no perdía oportunidad en engañarte y darte menos por más, se quedaba
dormido siempre después de la sobremesa ¿Cerraba el quiosco? No. Dormía allí,
como el viejo avaro de Oliver Twist custodiando sus tesoros y si te acercabas,
se despertaba de inmediato para despacharte, robarte y seguir durmiendo un rato
más.
Tenía el adorable ancianito
varias cajas de sugus justo detrás de
él, apoyadas en una estantería y cerca de la
puerta del quiosco que siempre, siempre, estaba entreabierta.
La maquiavélica mente de una niña
de nueve años adicta a los sugus tramó un sencillo plan. Estaba canija y era
ágil como el mismísimo Bruce Lee. Solo tenía que abrir un poco la puerta, meter
la mano, alcanzar los sugus y
largarme de allí. Primero se lo propuse
a mi hermano Miguel, brazo ejecutor de mi cabeza pensante, pero lo rechazó,
aunque me acompañó para cubrirme las espaldas en caso de necesidad.
Dos niños adorables.
A las 15:00 de un día lectivo del
año 86, una pequeña Suricata de la Pradera, aún con su uniforme del colegio, se
acercó lentamente a la parte trasera del quiosco mientras el Can Cerbero dormía plácidamente, y abrió
un poco, solo un poco, la puerta del quiosco preparada para la rápida maniobra.
Entonces un hierro me golpeó en la cabeza. Fue brutal. No sentí nada. Un golpe
seco y me quedé allí parada mientras un hilo de sangre me manchaba
la cara, camisa y uniforme.
Mi hermano salió pitando y yo
permanecí de pie sin saber muy bien que hacer. El viejo avaro, que había puesto
un hierro en la puerta para evitar que nadie le robase y de paso se llevase un
buen susto si lo intentaban y poder seguir durmiendo placidamente sin
contratiempos, me miró, grito, me levantó en brazos y salió corriendo mientras
gritaba:
¡La madre de esta niña! ¡La madre de esta niña!
Mi madre apareció y se puso a
gritar como una histérica ante la imagen de una mini Carrie ensangrentada y ojiplática, mi padre se quedó pálido y
quería pegarle al tierno anciano, mis hermanos flipaban y yo seguía callada,
sin llorar, como si estuviese dentro de una película con un final inesperado.
Me pusieron un montón de puntos
en la cabeza, el viejo del quiosco me regaló una caja de sugus entera, no fui
al colegio aquella tarde, mi madre me compró unos cuentos y me convertí en una
especie de héroe entre los niñ@s de la calle.
:-) que buena entrada jejejeje, yo tomo geles de isostar y me encantan, de los sugus ya me estoy quitando, tal vez con empeño y tesón lo consiga, aunque ya no tengo la adicción que tenia de niño a mi me gustaban de todos los colores, recuerdo que tardaba mas en desenvolverlos que en engullirlos. que tiempos!!!!
ResponderEliminares el primer comentario en un año de bloguero en el que no empleo las palabras, correr, sudar, sacrificio, compañeros, carreras, dorsales, madrugar, entrenamientos, etc. etc. etc. ¿habrá vida despues del running? jejejeje
saludosssss
Vaya historia, la verdad que el viejo era bastante desconfiado. Casi hasta pone un campo de minas para asustar a los niños más intrépidos.
ResponderEliminarYo en carrera paso de geles y paso de barritas powerbar y esas chorradas, me llevo una barrita de Kellogs o del Carrefour de marca blanca. Al fin y al cabo la glucosa y los hidratos los puedes obtener de donde quieras. En la maratón de Dublin que corrí está casi institucionalizado que los niños ofrezcan ositos de goma a los corredores. Yo no cogí por si acaso, pero vi a muchos que sí. Así que piénsate lo de los sugus para las carreras.
Bruce Lee contra Chucky Norris, qué grande. Extraño que te guste eso, pero ya nada me extraña...
lo mejor de todo que aquella tarde del 86 te regalaron una caja de sugus.., ah y que no fuistes al cole!!! y el sirope de frambuesa que???
ResponderEliminarCreo queme estoy pensado en dejar de leer a Elvira Lindo y esperar paciemtemente a que nos dediques horas y horas de historias entretenidas.
ResponderEliminarFelicidades
Suerte en la Breña
Saludos
Cada vez que oigo o leo algo sobre el Flow de los runners, se me viene a la cabeza el anuncio de Bruce del Be water, my friend. En cuanto a los sugus, no me acuerdo del porqué, pero recuerdo que contaba en cada envoltorio del caramelo el número de veces que aparecía la palabra sugus, creo que si encontrabas una con 20 te daban una caja, yo no la encontré nunca, claro.
ResponderEliminarMe parto, fenomenal historia, se ve que ya desde pequeña fuiste muy “echá pa’lante”, por cierto los mios, en cualquier cosa, sugus, caramelos, gominolas.... los de naranja y limón, los de fresa no me daban más, y sigo igual.
ResponderEliminarCreo que todos tenemos nuestra historia con los Sugus... :) Yo de pequeño, cuando un Sugus valía una peseta, los usaba para ser consciente del valor de las cosas... Por ejemplo algo que valía 80 pesetas era algo comparable al esfuerzo que suponía llevar dos Sugus a cada compañero de clase. Y claro, algo que valía 1000 pesetas, simplemente era algo increíble, nada más y nada menos que el equivalente a 1000 Sugus... :)
ResponderEliminarAhora estoy imaginando a Chuck Norris y Bruce Lee comiendo juntos una bolsa de Sugus... Es lo que tienen tus posts, que despiertan la imaginación... ;)
Qué buena entrada Danae. Esa historia justo ahora que estoy viendo el Cuéntame me evoca tantos recuerdos.
ResponderEliminarPor cierto, me uno a tu club de corredores a los que les encantan los geles. Yo estoy deseando de llegar al km 10 para tomármelo, como si fuera el premio al caballo por el esfuerzo.
Dos lecturas,los sugus estan muy ricos y consigues todo lo que quieres,aunque cueste lo suyo,el sabado podras con lo tuyo.
ResponderEliminarUn abrazo.